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“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz.” (Is 9,1)
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1, 14)
Queridos Hermanos:
Nos encotramos preparándonos para la próxima celebración del Nacimiento del Niño Dios, en el crepúsculo de este incierto año, en el que hemos tenido que poner a prueba nuestra capacidad de superación.
En este tiempo, en que hemos tenido que cambiar tantas cosas y adaptarnos a tantas situaciones nuevas, la fiesta de la Navidad nos lleva siempre al mismo lugar, porque nos sigue evocando a nuestra infancia. Porque nos permite re-vivir la venida de Dios al mundo a través de su Hijo, que sigue naciendo un año tras otro. Y nace en todos los sitios. Nace en el lugar que se prepara para recibirlo, e incluso en el que no se prepara: Jesús nace aunque no nos demos cuenta, aunque no creamos en Él. Jesús sigue naciendo, siempre.
Después de un año en el que hemos re-descubierto el valor de la familia, el valor de la sencillez, el valor de la cercanía… en el que nos hemos dado cuenta de nuestra fragilidad, de nuestras limitaciones, de la necesidad de compartir lo que somos y lo que tenemos con los demás, de nuestra sed de Dios… El Señor nos vuelve a dar una oportunidad para que nos acerquemos más a Él, particularmente en estos días.
Por eso, os invito a que demos gracias al Señor por este gran regalo, y a que nos preparemos de forma adecuada para acogerle, para que el Señor nazca también en nuestras almas y nuestros corazones, en nuestras familias y nuestros hogares. Hagamos sitio al Señor en nuestras vidas.
Esa preparación, nos supone un esfuerzo. Especialmente en el contexto en que nos encontramos inmersos, dominado por la muerte, el dolor, el egoísmo… en el que estamos viendo amenazadas constantemente la salud y la vida.
Ante esto, debemos ser firmes en nuestra fe y nuestros valores cristianos. Debemos seguir defendiendo la Verdad, por encima de todo, porque sabemos que es lo que nos hace libres; verdad, que con la libertad nos llevará a la justicia; y la justicia que, junto con el amor, nos darán la paz. Esa paz que deseamos a todos, y que también está en nuestra mano hacerla realidad en nuestras vidas y lo que las rodea.
Y en esta Navidad diferente, en la que por las restricciones no hemos podido celebrar zambombas, en la que no hemos escuchado muchos villancicos ni canciones habituales de estas fechas, en la que no hemos estado sometidos al ruido de otras ocasiones… os propongo que acudamos también en silencio al portal a ver al Niño. El misterio del nacimiento de Dios permanece oculto a tantas personas porque no pueden descubrir el silencio en el que actúa Dios. Porque el silencio es el lugar en el que te encuentras con Dios y Dios te habla. Por eso, nuestra Navidad tiene que ser también tiempo de silencio, para escuchar a Dios.
En definitiva, preparemos nuestro corazón para recibir al Señor; pidamos que aumente nuestra fe, para que seamos capaces de llevar la paz allí donde estemos; y abramos nuestros sentidos para que nos encontremos con Él en el silencio, para que se haga presente en nuestras vidas, para que siempre sea Navidad.
De esta forma, seremos capaces de ver, como los pastores, la gloria de Dios en el mundo. Y la alegría que sentiremos ante el Niño que nace, convertirá nuestra vida en un camino de esperanza, en el verdadero regalo de esta Navidad.
Que nuestra Madre de Loreto nos ayude en este camino, para ser capaces también de transmitir esta alegría por el nacimiento de su Hijo a cuantos nos rodean.
¡FELIZ NAVIDAD!
Vuestro Hermano Mayor.
Eusebio Castañeda Sánchez
Jerez de la Frontera, 23 de diciembre de 2020